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[RESEÑA + FOTOS] Travis en Chile (o cómo sentirse en casa)

Travis en Chile (o cómo sentirse en casa), son pasadas las 21:00 hrs en el recinto del Parque O’Higgins. La sorpresa; la cancha convertida en un montón de sillas apiladas y ordenadas y un Movistar Arena acotado a la mitad de su capacidad. Probablemente los precios de lanzamiento (Que comenzaban desde los 50 mil pesos en platea y 70 mil en Cancha) y la parrilla cargada de conciertos en Noviembre, hayan sido la causa para la posibilidad de ver a más personas en comunión.

Hace calor, como de costumbre, y el escenario es una especie de cubículo: Cada pared, una tela larga, blanca y prolongada que arropa a los instrumentos listos y dispuestos para la velada. 

El vitoreo de la gente anuncia la llegada de los de Glasgow, quienes vuelven al país luego de casi 8 años y con nueva placa bajo el brazo. Las luces de colores rojos pasan a azules, iluminan las telas y, al fondo, un círculo amarillo-naranjo contrasta mientras los acordes Bus, misma canción con la que inicia el bien recibido “L.A. Times”, retumban alegremente dando así inicio a un viaje que recorre más de 25 años de carrera y 7 álbumes de estudio. 

La noche no tarda en encontrar calidez y complicidad entre la banda y el público, en especial cuando Driftwood y Love Will Come Through saltan a escena, augurando un setlist cargado de éxitos. 

La presentación se desarrolla con un Fran Healy cercano, alegre, que sonríe a sus compañeros y relata anécdotas sobre las canciones y los momentos que las inspiraron.

Ya cerca de la mitad del show, Healy agita las cuerdas y los acordes acusan que Side, uno de los éxitos de The Invisible Band, comenzaría su ruedo.

Seguido, irrumpe un momento mágico; las luces se apagan y se solicita al público alzar sus celulares e iluminar el recinto. Healy pide recordar “a la persona que más aman, esté en este plano físico o en el otro”; es Closer la que suena. La gente mece sus manos, se abraza y transita emocionada por las memorias que genera la balada de principio de los 2000s.

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Finalmente, Sing completa la triada, entre coros del público cada vez más altos y la sensación de familiaridad, como si de un karaoke en casa se tratase. El set comienza a llegar a su fin principalmente con cortes del último LP; Raze The Bar y Gaslight destacan con relatos previos de Healy.

Turn emociona y la banda sale del escenario; el público aplaude y solicita un inevitable encore.

Con guitarra en mano, Healy y compañía salen nuevamente entre un vitoreo alegre y emocional. Acto seguido, sorprenden con un cover pulcro y cautivador de “…Baby One More Time” que sorprende a más de alguno.

La banda se reúne en el centro del escenario, como aquella familia que se reúne alrededor de la mesa, y corean Flowers in the Window en una de las cuántas instantáneas memorables.

El encore se prolonga con My Eyes y Selfish Jean, siendo esta última una de las más disfrutadas por el público, entre saltos, manos alzadas al aire y movimientos aleatorios llenos de goce. Todo apunta a un gran final, y tanto es así, que, a petición de un grupo de fans, la banda decide interpretar Indefinitely y el impacto es inmediato: Los ojos llorosos abundan entre las luces tenues y, el decorado, tan minimalista y sencillo, recuerda que solo basta un mensaje poético y musical para conectar y sentirse en sintonía.

Los finales tienden a ser agridulces, en especial cuando la multitud disfruta con tanto goce; la finitud de dos horas que anhelan ser eternas. El violín suena y la sala cae en jolgorio, cantos y saltos que transportan a décadas pasadas. Emoción pura. La multitud clama y se pregunta “Why Does It Always Rain On Me?”

No hay respuesta a tal pregunta, pero la catarsis está consumada. El cuarterto solo pide saltar: Pide a la platea, pide a la cancha (con las sillas que, a estas alturas, poco importan) y pide incluso a aquellos rezagados apoyados en las paredes del fondo. “Los veo” acusa Healy. “Esta es la última vez… 3, 2, 1…” y todos saltan. Digo, todos saltamos. Todos vibramos y todos nos sentimos embriagados de una emoción acuosa que recorre nuestras mejillas. No hay incomodidad por ello ni mucho menos vergüenza; es la reunión familiar de los de Glasgow a la cual fuimos invitados un Lunes por la noche y de la cual todos podemos sentirnos parte.

Travis se siente en casa y nosotros también.

Texto: © José Martínez | Fotos © Javiera Pérez Rodríguez  (@javiajerap)

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